lunes, 27 de abril de 2009

Reflexiones de Ricardo Bordcoch


Hombre directo si los hay; controvertido para algunos; de los muy buenos dirigentes que tiene el rugby actual para otros, Ricardo Bordcoch se tomó su tiempo para contestarnos sobre el estado actual del rugby argentino y elaboró un comentario que no tiene desperdicios. Ex jugador de Universitario y la selección Cordobesa, ex árbitro, integrante de equipos internacionales, fue parte de la conducción nacional en la presidencia de Perasso
Ricardo Bordcoch , dice lo siguiente.

“Reflexionábamos días atrás con un amigo del rugby sobre la enorme victoria de golfista Angel “Pato” Cabrera en el master de Augusta, comparable en términos deportivos a ganar Wimbledon o alzarse con la corona de los pesos pesados en el hotel “MGM” de Las Vegas. Se trata de un lugar reservado sólo para elegidos. Discurríamos luego acerca de la inmensa legión de deportistas argentinos desperdigados por el mundo, convertidos en estrellas del fútbol, el básquetbol e incluso el rugby”.

“Sin olvidar a los atletas olímpicos del ciclismo, el remo, el judo y otras disciplinas tal vez menos populares. Inevitablemente caímos en la cuenta que existía un denominador común en estos deportistas, sus éxitos consisten en proezas individuales, ninguno de ellos ha debido servirse de una estructura dirigencial en nuestro país que le haya dado apoyo o suministrado herramientas para destacarse. Ellos construyeron su futuro en soledad, probablemente traían en sus genes el código del éxito, pero con toda seguridad no ha sido una asociación, una federación o la ayuda estatal la clave para triunfar.

Este razonamiento de mesa de café, entronca ineludiblemente con una realidad que le toca vivir a la mayoría de los deportes en nuestro país, donde los dirigentes se erigen en personajes más preocupados por alcanzar notoriedad o sacar provecho propio que concretar el desarrollo paulatino y el crecimiento sostenido de las estructuras y actividades inherentes. Es que si Cabrera, Nalbandian, Messi o Pichot, por nombrar algunos, hubieran dependido de sus respectivas asociaciones para triunfar, lo más probable es que en su lugar hubiera viajado otro y con alta posibilidad de fracaso.

Esa visión de corto alcance, limitada a lo cotidiano que nos caracteriza, la mezquindad de preservar para sí el espacio conseguido a despecho de los costos que ocasione como la voracidad de agarrar cualquier cosa tan en boga en estos tiempos, son un común denominador que empaña la tradición deportiva de nuestro país y termina por asfixiar la verdadera capacidad de consolidar un ambiente propicio para el desarrollo en común.

Es cierto que en estos tiempos el dinero, nuevo Moloch – deidad fenicia a la que se le ofrecían sacrificios humanos - se engulle todo, que las urgencias por lograr el éxito personal hace que los más capaces le esquiven el bulto a la ardua tarea de asumir compromisos de tiempo y pérdida de afectos que implica asumir una función dirigencial, lo que provoca la inexistencia de un tamiz eficaz para que los mejores ocupen los lugares de privilegio, pero paralelamente no se puede perder de vista que se han perdido los límites en cuanto a la avidez de sacar provecho del lugar que ocupan algunos de los que están.

Es necesaria una autocrítica, no hay manera de sostener la ausencia de valores, pero de los verdaderos, los de los hombres con códigos, capaces de advertir un error propio y hacerse cargo sin redireccionar sus propias culpas a otros. No se puede tener la razón siempre , mucho menos creerse dueño de la verdad y compararse con alguna especie de oráculo. Advertir errores a tiempo y procurar su pronta solución, suele ser una herramienta eficaz para corregirlos.
Su negación u ocultamiento sólo conducirá a su agravamiento. Lo que es peor, apostar al fracaso.

Luego de los dos horrendos años transcurridos en los que único propósito fue el de devastar al rugby argentino, y vaya que los responsables merecen crédito por haberlo logrado, se abrió una nueva etapa caracterizada por la necesidad de restañar las profunda heridas ocasionadas al tejido social de este deporte, lo cual es loable y detrás de ese objetivo es necesario encolumnarse, cabe señalar que estamos embarcados en un proceso de transformación que está empantanado.

Los planes de cambios en el rugby nacional, en gran parte reclamados y financiados por el IRB, está en una impasse de la que no le será fácil salir. Es que los errores de concepción han terminado por perjudicar , a mi juicio de manera terminal, las posibilidades de éxito. Es que crear centros de alto rendimiento para preparar un grupo de deportistas bajo un régimen, que si bien no podemos llamar estrictamente profesional, por lo menos no es amateur, a costo del sistema pero para que jueguen sólo algunos partidos internacionales, estaba condenado al fracaso desde el principio. El modelo es insostenible y doy mis razones.

El rugby profesional, debe ser integrado por deportistas, colaboradores y directivos de esa misma categoría. El rugby amateur , que seguirá siendo la inmensa mayoría en nuestro país, debe ser practicado por jugadores y colaboradores voluntarios. No es conveniente mezclarlos y el hecho de hacerlo es ciertamente riesgoso.

En primer lugar porque los estatutos de la UAR y las uniones provinciales, que gozan de la autorización estatal para desempeñarse como instituciones civiles con poder de policía sobre la actividad que controlan, excluyen expresamente la inclusión de jugadores que perciban alguna remuneración por el hecho de jugar. Si hubiera, ojalá que no ocurra, un accidente deportivo con la participación de un jugador profesional y resultara afectado otro amateur , las consecuencias en el terreno de la responsabilidad civil son impoderables. Es que la barrera que separa el accidente deportivo del hecho culposo o delictivo que genera la obligación de resarcir, está dado por el estricto cumplimiento de los reglamentos, siempre que estos sean acordes a las leyes, lógicos y razonables, como la ausencia de la intención de dañar. El incumplimiento o violación grosera de los mismos dispositivos que estas asociaciones dictan, es la puerta abierta para reclamos indemnizatorios de incierto resultado”.

“Luego, no se advierte razón para montar estructuras de preparación que, al no existir una competencia donde los atletas que se perfeccionan en estos centros compitan entre ellos, sean utilizados para que los mejores jugadores saquen mayor ventaja, a costo del sistema como dije, respecto de los que no tienen la misma oportunidad, pero que luego deben prestarse para competir con ellos pese las diferencias generadas por una preparación diferenciada. El resultado no será por cierto el progreso parejo y progresivo del conjunto sino sólo de este pequeño grupo de deportistas, que para colmo suelen desempeñarse en clubes con estructuras adecuadas y por ello poco o nada será lo que podrán aportar a los que no tienen acceso a esos centros.

Los centros de desarrollo se justificarían si hubiera una competencia de 250/300 deportistas, todos los cuales puedan tener acceso a los mismos, lo que permitiría cambiar la impronta de la competencia local, sin inmiscuirse en la práctica de los clubes, que por derecho propio son muy celosos de su intimidad. Esta cantidad de jugadores permitiría además que no sólo un importante grupo de jugadores de Buenos Aires constituya el núcleo duro del programa, puesto que tal cantidad le abriría las puertas a muchísimos jugadores de casi todos los clubes del resto del país. Y este es el efecto multiplicador que necesitamos.

Seguramente habrá voces que se alzarán, bienvenidas sean, cuestionando que este era el modelo a aplicar a fines de 2005 que fue barrido de un plumazo, sin debate y hasta con desprecio, y la respuesta será afirmativa. Es que ese modelo fue el resultado de un largo análisis, que contempló entre otras las objeciones que preceden este párrafo. Lo que no podemos seguir haciendo es pensar en las soluciones mágicas, esto no se va a arreglar por el simple paso del tiempo, en realidad se van a profundizar los defectos y lo peor que nos puede pasar es que debamos aceptar que nuevamente hemos apostado al fracaso”. Ricardo Bordcoch

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