miércoles, 28 de abril de 2010
“Las Pumas”, las mujeres argentinas que también hacen tries
“La gente piensa que somos machonas, todas enormes... bestias. Les sorprende que nos arreglemos para salir, que tengamos novio, que seamos chicas comunes y corrientes”, dice Marilú Casal, jugadora de Ñandú de Vilo, team pionero del rugby femenino en la Argentina. Pero el problema para ellas no es ese, sino que el rugby se considera todavía una actividad de hombres. “En los estatutos figura como un deporte masculino, y eso no lo van a cambiar. Aquí son muy cerrados”, dispara Ximena Santillán capitana del Ñandú. A pesar de su mirada pesimista, en los siete años que lleva de vida en el país, este deporte ha crecido a tal punto que hoy existen unos 15 equipos que lo practican, prejuicios mediante.
El nacimiento de Ñandú (y del rugby femenino en el país), en 1997, no se produjo por iniciativa de un grupo de osadas que quisiera transgredir las normas de los “deportes masculinos”. Todo lo contrario, fue el fruto de una clínica implementada en el Instituto de Educación Física Romero Brest de Buenos Aires, por entonces Organizador Nacional de Coaching de la sitio de la CNN Unión Argentina de Rugby (UAR). Fue tal la repercusión del Taller de Rugby Femenino, que las autoridades decidieron seguir adelante con el proyecto. “Cuando empecé, sólo sabía que la pelota era ovalada”, dice Santillán.
¿Cómo son las rugbiers argentinas? Hay chicas de todas las edades, contextura y ocupaciones, que han optado por seguir una pasión común y divertirse. “Muchos nos consideran bichos raros sin siquiera haber visto nuestro juego. Algunos cambian de opinión después de acercarse a los partidos. Pero también están los que vienen a sacarnos fotos en las situaciones más trágicas”, comenta Gabriela Ptak, quien alterna sus estudios de Organización de Eventos con el tackle y el scrom. “Por suerte nuestras familias y los chicos que hacen rugby entienden que venimos luchando por esto hace mucho, valoran nuestros esfuerzos sobre todo porque nosotras no podemos empezar a entrenar en la infancia como los hombres, y nos apoyan”.
En el mundo, el rugby femenino ya ha dejado de ser novedad. España, Francia, Inglaterra y Nueva Zelanda tienen sus ligas oficiales y su seleccionado, además de referís, entrenadoras y dirigentes pertenecientes al (cada vez más fuerte) sexo débil. “Las chicas”, como las llaman en el ambiente, han disputado hasta el momento cuatro Campeonatos Mundiales y en noviembre de este año animarán el primer Torneo Sudamericano de Seven, en Caracas, Venezuela. A nivel nacional, en cambio, todo se hace a pulmón.
Cada uno de los aproximadamente 15 planteles que existen entre el noreste, noroeste, Bahía Blanca y Buenos Aires se encarga de organizar sus propios campeonatos, reclutar nuevas jugadoras y autogestionarse los viajes para poder jugar. Como no es un deporte oficial no hay sponsors ni una materia que se imparta en los profesorados de Educación Física. Si bien la UAR acepta la existencia de los equipos y está en vías de crear una Subcomisión de Rugby Femenino, no les brinda, hasta el momento, ningún tipo de apoyo, y la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA) no reconoce la existencia de ninguna formación de mujeres rugbiers en la provincia.
“Para recibir apoyo oficial las jugadoras deben pertenecer a entidades afiliadas a la UAR por intermedio de sus respectivas Uniones Provinciales”, explica Eliseo Pérez, Secretario Técnico de la UAR. Y agrega: “A partir de la Institucionalización, se pasa a la Organización, que es la etapa en la que aparecen los programas de Difusión, Coaching, Competencia y Selección”. Aunque las razones son meramente institucionales, cumplimentar estos pasos no parece sencillo. “Las Uniones no incorporan equipos, sino clubes”, explica Jorge Cafasso, presidente de la URBA, “por lo que, para ser tenidas en cuenta, las chicas deberían representar a algún club de rugby –que sería lo más rápido- o formar su propio club, cumpliendo con todos los requisitos que esto implica”.
Las chicas cuentan con el aval de algunas personalidades del rugby. Agustín Pichot o “el Colo” Fuselli, acompañaron desde sus principios el desarrollo local de esta disciplina, y éste último incluso organizó en el verano de 2003, el primer Campeonato de Beach Rugby Femenino de Mar del Plata. En general, hay coincidencia en que, a la mujer, le asisten los mismos derechos que al hombre pero todos reconocen que las jugadoras argentinas están en un estadio de iniciación y desarrollo. “Nuestro rugby femenino, como queda dicho, está dando sus primeros pasos, y no es justo compararlo con el de países que llevan años de juego”, dice Eliseo Pérez.
Los partidos entre mujeres, por las mencionadas diferencias en la formación y por una cuestión lógica de fuerzas, no pueden ser comparados con el competitivo rugby masculino. Pero las reglas son las mismas y, según Javier Olano, preparador físico de las Ñandú “las exigencias son iguales para ellos que para ellas”. En favor de las mujeres Olano asegura que “son más voluntariosas”, pero se queja de que en los entrenamientos “hablan demasiado”. Como buenas mujeres, ellas confiesan ser hiper competitivas también en este ámbito: “Está todo bien, pero no solemos hacernos amigas en el tercer tiempo como los hombres”. Eso sí, todas piden que se dejen de lado los preconceptos y se sigan sumando adeptas para que la práctica crezca. Un deseo también es unánime: “Integrar un día el Seleccionado Argentino de Rugby Femenino”.
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