jueves, 20 de noviembre de 2008

POR QUE SER ARBITRO





Papá, ¿por qué eres árbitro?




Papá, ¿por qué eres árbitro?

16/04/2008 | Artículo español. Arturo Regueiro
http://www.tercertiemporugby.com.ar/ampliar.asp?idnoticia=47538
El amigo Arturo Regueiro , nos envía un articulo del referee español O´Conroaoi, al que habrá que adaptarle los términos al autentico argentinismo. Lo ponemos a consideración.

Qué pregunta, ¿no? A todos los que nos dedicamos a esto del arbitraje nos la han hecho, de un modo u otro, en alguna ocasión. Porque casi nadie de los que está metido en la adicción de éste deporte llega a entender las razones (si es que las hay) de por qué alguien decide en algún momento meterse en el campo en medio de dos equipos en lugar de jugar, que es lo que de verdad mola.

Creo que cada uno de nosotros daría una respuesta totalmente distinta de los motivos por los que empezó a arbitrar y de los motivos que tiene para cada fin de semana hacer la bolsa y saltar al campo para dirigir o arbitrar (no estoy seguro de si me gusta del todo alguna de éstas palabras; desde luego cualquiera mejor que la de “pitar”) un partido de rugby. Pero yo voy a daros los míos, porque son varios, que seguro que alguno identificará como propios y otros muchos pensarán: “menuda chorrada”.

Yo empecé en esto del rugby como muchos de mi generación (que es talludita ya): porque me encantaba ver el Cinco Naciones en la TVE-2. Y también como muchos de mi generación, empecé tarde en esto; en la Universidad. La suerte para mí (y desgracia para mis padres) fue que el periodo estudiantil se alargó en demasía, lo que me permitió deleitarme en los fastuosos coliseos de Cantarranas y Paraninfo durante más años de los debidos. Pero esto es otra historia que dará para otro artículo completo.

Lo cierto es que fui jugador (y aún de vez en cuando, cuando mis obligaciones como árbitro me lo permiten, me juego algún que otro partido de veteranos) universitario y también jugué en un club. No era buen jugador, para qué negarlo, aunque mi dedicación me permitió incluso debutar y jugar algún que otro partido en Primera Nacional (cuando aún no existía la División de Honor B). Supongo que esto podrá sorprender a alguno, pero lo cierto es que los árbitros no crecen/crecemos de una mata. Como todo el mundo, lo normal es que hayamos jugado, unos más, otros menos, unos a más nivel, otros a menos, pero podría jurar que todos hemos pasado por similares trances deportivos. Desde luego, seguro que hay excepciones; pero son eso, excepciones.

En fin, yendo al grano. ¿Por qué empecé a arbitrar? Pues…por vergüenza.
Y esto desde luego que merece una explicación. Como es habitual en casi todas las competiciones regionales que en el mundo son, la de Madrid no era una excepción y no era extraño que en cualquier partido, no se presentara árbitro (simplemente porque no había bastantes para todos los partidos). Y desde luego, todo el mundo quiere jugar y, desde luego, nadie quiere arbitrar. Así que, no se por qué motivo, me vi impelido a ejercer de improvisado árbitro en un par de ocasiones. Esto podía haber quedado en mera anécdota, pues muchos son quienes en alguna ocasión se han visto en semejante trance pero, para suerte o desgracia, la cosa no terminó ahí.

Dado que los partidos se habían arbitrado, en esas ocasiones acudí a la sede de la FRM (inolvidable local de la Calle Barquillo) a entregar las actas junto con la correspondiente queja porque no había habido árbitro designado. Y, en la segunda o tercera ocasión en que manifesté mi disgusto y disconformidad, el entonces secretario de la Federación me soltó una frase lapidaria: “Y tú, en vez de quejarte tanto, ¿por qué no haces algo por el rugby?”

Desde luego, no se si es el mejor motivo, pero lo cierto es que me sentó tan mal que decidí que sí, que por qué no, que ya que había empezado por “cuasi obligación”, que por qué no hacerlo por gusto. Total, por probar…

Así que les dije que bueno, que vale, que contaran conmigo. Por supuesto, como el 99 % de los jugadores de rugby, yo no había visto el Reglamento ni por las tapas, lo cual no fue óbice para que en esa misma temporada me designaran dos o tres partidos. En aquel entonces yo no sabía ni que se cobraba por arbitrar (la friolera de 600 pesetas por partido), ni que había un Comité de Arbitros, ni nada de nada. Eso sí, al finalizar la temporada me explicaron todo esto y al comenzar la siguiente decidí que iba a continuar. La verdad es que en aquellos momentos, estudiando en la Universidad, cualquier excusa para estar fuera de casa, haciendo deporte y vinculado al rugby, era buena y arbitrar era como casi cualquier otra. Así que me hice la licencia y comencé a ir a las reuniones que el Comité de árbitros de Madrid realizaba los lunes en la Federación. Y a arbitrar cada semana, a la vez que continuaba jugando con mi club. El hecho es que el arbitrar no era por la calidad de los partidos que entonces me designaban: 3ª regional, cadetes, los partidos más flojos de la liga femenina…un horror, vamos. Pero como las cosas parecía que me iban saliendo bien (a lo que habría que sumar mi alto grado de ignorancia por entonces) pues yo seguía tan contento. Y a la vez, vi que había todo un mundo más allá. Que había árbitros de Madrid que dirigían partidos buenos y otros que lo hacían en Nacional, en División de Honor…e incluso partidos internacionales. Pero todo aquello me parecía muy lejano; yo arbitraba lo que me designaban y me jugaba mi partidito semanal con mi club, que era lo que me importaba.

¿Qué fue lo que motivó el cambio de chip? Pues no lo tengo muy claro del todo; en primer lugar, creo que fue que a la siguiente temporada, alguien decidió que no lo hacía mal del todo y empecé a arbitrar en la Primera Regional de Madrid. Siempre es bueno para la autoestima que el trabajo te sea reconocido. Pero de todos modos, yo continuaba con mi doble trayectoria de jugador-árbitro.

Lo he pensado en varias ocasiones y la conclusión a la que he llegado es que el punto de inflexión fue un partido en concreto. Lo recuerdo perfectamente: Primera Regional, partido en Cantarranas entre dos de los “gallitos” de aquel momento: Majadahonda – CAU de Madrid. El partido lo ganó Majadahonda de dos o tres puntos, pero incluso los jugadores del CAU me felicitaron al término del encuentro. Los de Majadahonda también, eh. Hasta un compañero, jugador (del CAU y que estaba viendo el partido) y árbitro (ya veterano en esas lídes por entonces) ¡me llamó a mi casa para darme la enhorabuena por el partido!. En aquel momento decidí (aunque en ese momento no era consciente) que quería ser árbitro. Y no os equivoquéis, no fue por el hecho de que me felicitaran más o menos (que también, supongo) sino por el hecho de que sí era consciente de que lo había hecho bien; que había ayudado a que un importante (en aquel momento el partido era el más importante para 31 personas) partido transcurriera con total normalidad y que los 31 (bueno, más o menos) disfrutáramos con el deporte que nos gusta. Y fui consciente de que si lo había hecho una vez, podía hacerlo más. Y es lo que he pretendido –y pretendo- cada vez que salgo al campo a dirigir –o arbitrar- un partido de rugby. Desde luego, unas veces con mayor éxito que otras. Pero todas con la misma intención.

Pero eso, también es otra historia.

Has decidido ser árbitro y tus buenas actuaciones en tu regional, sumado a superar los correspondientes exámenes de reglamento hacen que te envíen al Curso de Ascenso a Nacional. Y vas y lo apruebas. Y a la temporada siguiente vas y superas las pruebas físicas. Y resulta que ya eres árbitro nacional.
Bueno, has conseguido una parte, que es llegar, ahora lo que importa es mantenerse.

Tu motivación está a tope. Eres árbitro nacional, has pasado de arbitrar el Trápaga-Sestao, como dice Mikel Etxebeste, a arbitrar partidos “nacionales”.No te importa que para ello tengas que hacerte un viaje de 900 kms desde Oviedo para arbitrar un Cáceres-Badajoz, por ejemplo (o un Oviedo-Tarazona en coche, que mola un huevo). O salir un viernes por la noche de tu casa y volver el domingo para arbitrar un partido el sábado en Las Palmas porque de esa manera “sale más barato”. O irte en coche de Madrid a Lugo porque no encuentras ninguna combinación de transporte público. O…(cada cual que añada lo que prefiera; todos tenemos recuerdos de alguno de éstos maravillosos viajes). En realidad, con la ilusión a tope, todo esto no te importa en absoluto; lo único que te importa es arbitrar cada semana y tratar de hacerlo bien.

Un inciso. Efectivamente, los jugadores, a menudo, tienen que hacer también estos viajes. La gran diferencia está, desde mi punto de vista, en que los jugadores viajan todos juntos. No es lo mismo hacerse un Madrid-Lalín-Madrid (por ejemplo) en coche tú sólo que con 20 compañeros más en autobús. Sin duda ninguna.

En fin, volviendo al tema. Estás a tope, que te sales. Y cada vez arbitras mejores partidos y al cabo de un par de temporadas van y te promocionan a División de Honor B. Tampoco te libras de algunos viajecitos guays, pero te han promocionado y sigues con la ilusión de que lo estás haciendo bien…y la División de Honor A está más cerca. “Non problem”; tu motivación continúa a tope. Y no para, porque una o dos temporadas después, la gran noticia: eres promovido a División de Honor. Lo has conseguido. Has tocado el techo del rugby nacional. Así que tu moral está por las nubes…y así puede continuar durante varias temporadas. Quieres arbitrar mejores partidos, hacerlo bien, así que te entrenas, ves vídeos, asistes a los cursos, colaboras con algún club, con tu Comité Territorial… En fin, todo eso te mantiene motivado para arbitrar. Al fin y al cabo estás en la élite y, quien sabe, tal vez te puede llegar la oportunidad de ser internacional. Desde luego todo esto parecen razones bastantes para estar motivado y continuar arbitrando. Pero esto es lo fácil.

Y al fin y al cabo, en ésta situación no se encuentran más de 10 ó 12 árbitros. Pero, ¿cuál es la motivación de un árbitro nacional que no ha conseguido ascender a División de Honor A o División de Honor B, o que ha bajado de esas categorías?. Porque la gran mayoría de los árbitros de categoría nacional viven en un mundo totalmente diferente al que se vive en la División de Honor. En primer lugar, obviamente, el nivel de los partidos. El árbitro continúa teniendo que hacer su bolsa el viernes por la noche para arbitrar en muchos casos partidos sin trascendencia y además, de escaso nivel técnico. Continúa teniendo que hacerse en muchos casos (mucho más que en División de Honor A o B) viajes inverosímiles para llegar al lugar del partido. Continúa, dada la habitual complicación de esos viajes, teniendo que salir a menudo el sábado a mediodía y volviendo a última hora del domingo a su casa.

Por supuesto, estoy de acuerdo en que para muchos equipos es igual…pero no es igual precisamente porque son eso, equipos.

El árbitro sale de su casa solo, llega a su lugar de destino y lo más probable es que no conozca a nadie en la ciudad a la que viaja, por lo que está sólo y cena solo. Y se levanta, desayuna solo y se da un paseo solo y va al campo y arbitra el partido y, si las cosas le han ido bien al equipo local, se toma una cerveza en el tercer tiempo. Si le han ido mal, a lo mejor ni eso. Y coge su coche, solo, y se hace 500 kms por carretera (o tiene que esperar cuatro horas en el aeropuerto porque el único vuelo para su ciudad sale a las seis y media de la tarde) para tratar de llegar a su casa, con su familia, a una hora medio decente. Porque, por lo normal, los árbitros también tenemos familia, y también trabajamos los lunes.Y además de eso, si el partido te ha salido bien, perfecto.

Pero si no te ha salido bien, si has tenido problemas, una tangana (o dos, o tres) o el equipo local (o el visitante, tanto da) ha perdido y te han montado un pollo de cojones…entonces, en ese caso, te haces el viajecito de vuelta dándole vueltas a la cabeza a todo lo que te ha pasado.

Solo.

Y me pregunto, ¿de verdad alguien piensa que hay algún árbitro que haga esto por 150 euros por partido?
Suerte ellos que cobran 150 euros por partido.-
En Argentina cero…

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